Es un grito, un Blow up Antoniniano, una desesperanza que sangra con amargura pero que pide esperanza desde la desesperanza de la soledad.
Crecido en la maravillosa morbidez de la complacencia, de las geometrías vitales sincopadas. Antonio Segura construye una leyenda que tiene que ver con Rayuela, con la poesía del jazz , con Cortazar y Antonioni, esas ramas del árbol que sube y se muere en las raíces que contemplanla huella sin nombre. El tejido perdido y ese caballo Picassiano, que gime junto a las geometría helénicas de alas rotas y perros que maúllan en la noche.
Un poema profundamente clásico en su contemporaneidad.
Todo es un grito… una llamada de auxilio, y , en definitiva, una trampa para que lo encontremos al final del castillo, porque nunca es tarde para mirar atrás, y en su caso es demasiado pronto, la herida grita, el corazón esta en dos mitades pero hay un “Te amo” en la esquina, que implora, que también grita.
Todo es sustancia latente, pero no es tarde porque la noche acecha y se desdibuja pero nada ha muerto.
Es temprano, demasiado temprano y, por eso, todo es un caos ordenado, juego de contrarios, que solo la mirada extraña y extranjera recompone y organiza en una melodía bellísima, en una poesía onírica del dolor del desencuentro en nuestras vidas, de la desnudez aovillada de nuestra alma abierta y descarnada.
Antonio pasa de la multiplicidad de imágenes, a la serenidad de la mirada del ayer, preguntándose donde la línea del tiempo se quiebra en la mitad del cuadro para decirnos que viene la noche y es tarde, que se muere la luz, que agoniza.
Es en ese momento cuando el poema visual cobra sentido y la luz llena el espacio, ese que niega la desesperanza, ese que se niega a sí mismo el autor.
Está ahí, esperando…
Pablo Juliá.
Director del Centro Andaluz de la Fotografía.