Un mundo hambriento
Por Alfons RodrÃguez
No tengo la intención de dar de comer a nadie. SerÃa muy pretencioso por mi parte. Puede que hasta un tanto ilusorio. Muchos lo podrÃan entender, incluso, como algo engañoso y prepotente. Asà es esta profesión, la de reportero.
No pretendo, ni de lejos, acabar con el problema que os muestro en las fotos siguientes: el hambre y la desnutrición en nuestro planeta. Pero si tomar conciencia de ello y hacerlo público. Comunicarlo. Recordar a los responsables que pueden erradicar de una vez por todas el lastre de la falta de alimentos para casi mil millones de seres humanos, ya sea por la mala repartición de los recursos necesarios para crearlos o para adquirirlos o por la precariedad de sus defensas ante las causas naturales o artificiales que provocan el problema.
Reclamar la atención de los gobiernos, de los donantes públicos o privados. De todos vosotros. Contribuir con humildad a acelerar esa pulsión colectiva que todo lo puede.
Hace un tiempo me embarqué, definitivamente, en algo que me daba vueltas en la cabeza desde hacÃa años. Cada vez que tiraba a la basura un alimento, o veÃa como otros lo tiraban, no podÃa evitar pensar en aquellos que lo recogerÃan sin dudar para llevárselo a la boca. Cada vez que veÃa una estafa en los titulares de los medios de comunicación, cada vez que se anunciaba un gasto, inmenso e inútil, de dinero y de recursos no podÃa – como tampoco puedo hoy- dejar fuera de mi pensamiento a todos aquellos que subsisten con apenas un puñado de arroz al dÃa, un manojo de hierbas secas o un puré de insectos y tierra que echarse a la boca.
Remordimientos, ataques a la conciencia, rabia, impotencia, eran sensaciones y sentimientos que me golpeaban una y otra vez. TenÃa que intentarlo, por mi –hay que ser sincero- y por todos aquellos que realmente lo necesitan.
Es verdad que es un tema recurrente para los periódicos y televisiones de todo el mundo: el hambre en el Sahel o en el Cuerno de Ãfrica, las sequÃas, las cosechas perdidas. Todos suelen pasan por encima de la noticia durante un dÃa o poco más, como si fuera el análisis y resultado de un partido de futbol y después nada. Nada.
Como quién se lanza por la borda a un mar de aguas insondables, un dÃa decidà saltar y sumergirme en la cuestión. Resolvà nadar por entre las hambrunas africanas y seguir más allá, a latitudes donde pocos se aventuran. Han sido nueve paÃses, distribuidos por diferentes zonas geográficas de tres continentes. PaÃses que son ejemplos representativos de otros estados o regiones cercanos también sometidos a las continuas cargas del Jinete Negro del hambre, el tercero de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Creà que era un simbolismo a tener en cuenta a la hora de titular el proyecto. Y, acertara o no, asà decidà denominarlo. Ahora tras tanto trabajo y tanto tiempo, el titulo es ya una cuestión secundaria que no debe ser entendido a través de ninguna connotación religiosa ni literal.
Hoy, tras recorrer las entrañas del problema y dejarme enseñar por los que lo combaten y los que lo sufren, todavÃa siento más indignación e incomprensión. SerÃa tan fácil solucionarlo. El problema no es el hambre en sÃ, es la escasa atención que se le presta por parte de los gobiernos. Los intereses económicos y el lucro que hay en juego contribuyen a dejarlo caer en un oscuro ostracismo.
Dice el artÃculo 25.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que toda persona y su familia tienen derecho a un nivel de vida que les asegure salud, bienestar y sobretodo alimentación. Lo que deberÃa ser un objetivo prioritario se queda, una vez más, en una bonita y bien intencionada frase repetida mil millones de veces. Mil millones de seres humanos desnutridos y hambrientos.
Muchas organizaciones internacionales combaten el problema desde diferentes frentes: desarrollo, educación, emergencias…grandes campañas y proyectos que se ponen en marcha, se desarrollan y finalizan. Grandes intervenciones que ayudan a mitigar las carencias básicas, a salir adelante por un tiempo, a recomponer pequeños pedazos de familias y pueblos enteros destrozados. Pero ¿qué queda después?, cuando se acaban las donaciones, la financiación y la ayuda todo vuelve a la triste y cruda realidad: otra vez el hambre, el más claro exponente de la pobreza. Un horror que se repite cada año, cada estación seca, cada nueva temporada de ciclones, cada nueva vulneración de los derechos fundamentales de los hombres, mujeres y niños desamparados de este mundo.
Todo y asà que serÃa de muchos de ellos sin esa valiosÃsima ayuda prestada por dichas organizaciones. Y aquà no sirve aquello de “más vale no pensar…â€.
Este documento intenta arrojar información sobre los aspectos determinantes que envuelven el problema. Por un lado las causas, por otro los efectos y consecuencias y las formas en que se combaten o las posibles soluciones que se pueden aplicar.
AsÃ, se habla de conceptos tales como el cambio climático, los desastres naturales, el aumento de los precios de la canasta básica de alimentos, la lucha por la tierra y la repartición de la misma, los monocultivos intensivos, los refugiados o desplazados por conflictos y violencia, las acciones desesperadas del ser humano para conseguir alimentos, la pobreza, la discriminación por raza o sexo, la frágil situación de la mujer en el escenario mundial, la seguridad alimentaria, el desarrollo de la agricultura, la capacitación y educación de los afectados para que se labren un futuro mejor, las actuaciones de emergencia en hospitales o sobre el terreno, la denuncia de las vulneraciones de los derechos humanos y de la desidia de algunos gobiernos, la explotación ilegal de recursos, etc., etc.
Si bien es verdad que en profundidad estos temas los he tratado en los diferentes reportajes publicados en prensa, es en esta obra donde se recapitula y se resume todo a modo de conclusión final, con la valoración de los expertos y una significativa selección de imágenes extraÃdas de entre las miles de que consta el proyecto.
FotografÃas que intentan abarcar todas las situaciones y circunstancias antes mencionadas. Descripción de lugares y personas afectadas. Testimonios reales y directos, con un solo intermediario entre ustedes y ellos: yo. Sin vanidad añadida, les aseguro que he sido todo lo honesto y claro que se puede llegar a ser.
A lo largo de todo este tiempo he intentado explicar el problema con datos generales, cifras, valoraciones de expertos y visiones globales que ayuden a contextualizar, pero también he abordado historias locales e Ãntimas que desgarran el corazón de cualquiera. Niños que huyen asustados ante la presencia del desconocido hombre blanco, pastores armados, mujeres que roban el grano salvaje de los hormigueros o niñas que venden su cuerpo a cambio de comida. Refugiados que lo han perdido todo y que luchan contra las mafias que regulan la repartición de alimentos en los campamentos. Etnias maltratadas por gobiernos, niños de futuro incierto por no tener las capacidades fÃsicas y psÃquicas adecuadas debido a la desnutrición y sus consecuencias en el organismo, hombres que pagan el arroz con oro, arriesgando sus vidas en las minas. Personas que pierden el suelo bajo sus pies por el aumento del nivel del mar, inundaciones, sequÃas, terremotos, tifones…
He visto – avergonzado – madres con niños agonizantes, incluso muertos, en los brazos. Padres curtidos por la dureza de la vida, ya sucumbidos, que han visto exhalar a sus criaturas y ancianos con apenas un hilo de voz con el que responder a mis preguntas. Pueblos enteros desesperados por hacer retroceder las aguas del mar a base de capazos de fango y guerreros dispuestos a morir luchando contra los terratenientes y pistoleros que les quitan sus tierras sin más razón que la violencia y el dinero. He constatado como suben los precios del arroz o el maÃz sólo por la lucrativa decisión de una multinacional millonaria. Todo esto y mucho más.
AquÃ, con estas fotos y otras miles más, lo intento explicar. Poco más puedo hacer en solitario. Ahora bien, todos juntos serÃa muy diferente.