Temo al olvido, las personas queridas parten desde mi infancia y no son reemplazadas, los lugares desparecen y no encuentro faros que guÃen mi camino.
Nacà en diciembre de 1940 y dos meses después mi padre fue de voluntario a la segunda guerra. Lo conocà entonces a los cinco años, tratando de unir esa figura que bajaba del avión a la de los pequeños rectángulos de papel que llegaban por correo de tiempo en tiempo. ¿Para qué servÃa ese señor si yo tenÃa toda la ternura de mi abuela y mi madre? Siendo yo adolescente partió otra vez y ahora para vivir definitivamente con otra familia. Años después, en mi exilio, me reencontré con él y tratamos de entablar un diálogo. Sólo cuando murió y me pasaron una pala para que, según el rito francés, fuera el primero en lanzar piedras y tierra sobre el cajón que sonaron secamente, pude entender la importancia que habÃa tenido en mi vida y cómo ya lo extrañaba dolorosamente.
Busqué fotos que me devolvieran su presencia y encontré solo unas pocas; las pequeñitas de la guerra desaparecieron y hasta hoy sólo habitan mi memoria.
Asà mis fotografÃas han sido siempre un rescatar del olvido y la destrucción, paradoja en un paÃs que pareciera no tener memoria y no quererse a sà mismo, en un afán permanente de destruirlo todo, más allá de lo que la naturaleza se encarga de hacer.
Me va la vida en ello.
Son las primeras palabras que atraviesan mi mente cuando veo estas imágenes, larga obsesión de más de quince años fotografiando sin tregua ni reposo a Fernanda. Desde la muchacha de pelo largo hasta la cintura que me mira desconfiada a la mujer adulta madre de nuestras dos hijas. Yo por mi parte adulto desconcertado, perdiendo el rumbo de mi vida y de mi oficio, vestido descuidadamente con ropa muy grande, zapatos sin lustrar desde hace semanas y cordones sin atar. Pocas ilusiones y quizá sintiendo que el camino ha llegado a su fin.
Nunca se sabe cómo nace el amor, si comenzó con las fotos o el sentimiento me llevó al retrato obsesivo. Tratar de entender, como en todo retrato, a ese ser humano, e intentar no perder su presencia multiplicando las imágenes como acto de magia, para que los pedazos de papel sustituyan en algún momento no querido su presencia.
Asà esta serie no empezó como proyecto para mostrar a otros, era simplemente nuestro compartir diario de mirarnos y tratar de conocernos, a veces jugando a personajes posibles en una situación imposible. Abordamos todo, dejando de lado la autocensura y permitiéndonos la libertad de dos niños sin reglas preestablecidas.
La luz fue apareciendo en mis imágenes como presencia poderosa, luz que habÃa estado a punto de desaparecer con mis dos graves enfermedades. La esperanza de salir de ese barranco tenebroso me lo dio Fernanda, obligándome a fotografiar cuando casi no veÃa. Fotografiar siempre porque asà superaba el miedo.
Decidà que si me quedaba un tiempo, solamente fotografiarÃa lo que surgÃa de mi, no aceptar encargos, que habÃa acometido tantas veces sumisa e inútilmente. Sólo conocÃa mi dolor y mi alegrÃa, de aquello podÃa hablar, pasear la mirada por dentro al decir de Queco. Ese era el fotógrafo que yo era, ya no Cartier-Bresson o uno del National Geographic a quienes habÃa tratado de imitar.
Las palabras de Alekan que sitúan la vida entre la emoción del blanco al nacer y el temor al oscuro definitivo de la muerte encarnaron mi estética.
Muchas fotos quedaron en el camino, más de siete mil dirÃa yo para la selección que hice para publicar un libro. Se entremezclan géneros estéticos supuestamente irreconciliables: retrato, desnudo y paisaje, simplemente como respuesta a un ¿y porqué no?
El retrato aquà no es un segundo arrebatado al olvido, es una prolongación de momentos que llegan a ser años, búsqueda frenética para comprender el misterio del ser amado. ¿Será el misterio o los misterios?
El desnudo, cuerpo modelado por la luz y amenazado por las sombras, el cuerpo parece iluminar aquello que nos cuesta entrever y el paisaje, lugar donde todo acontece, miedo, misterio y amor.
Fernanda es más que una musa a la que se le atribuye un rol pasivo, es una interlocutora que propone y sugiere, coautora de estas imágenes, en la larga tradición de la historia de la fotografÃa, y que decir de la plástica.
A veces las fotos surgÃan de sueños, casi alucinaciones que intentaba reproducir al despertar, otras simples vagabundeos siguiendo los consejos de Sergio LarraÃn dejando que las imágenes llegaran a mÃ. Ciertos lugares, el árbol antiguo y solitario que me interpreta, son visitados regularmente, en distintas estaciones y en diferentes etapas de Fernanda.
Gradualmente la serie se transformó en tarea única, desinteresándome de otras fotografÃas y como toda pasión, excluyente de lo que no la concierne, devoradora y creadora.
La serie no termina aquÃ, es sólo un alto, un oasis para que la mirada de otros la enriquezca con su lectura como sucede con todas las fotografÃas en las que la proposición del fotógrafo es modificada por el lector. Seguiré en ello, quizás en forma no tan obsesiva, pero sin final.
Es un trabajo personal, sin encargo, ni fecha, en el que he volcado todo lo que he aprendido de los fotógrafos y de los escritores que me han acompañado, y está dedicado a las mujeres en mi vida, Fernanda musa, LucÃa mi abuela que me crÃo, mi madre Aurora, figura humilde que sacrificó todo por sus hijos y a mis hijas Aurora e Isabel.
Luis Poirot
Fotógrafo
Julio 2014
Nota técnica
Trabajo con pelÃcula en blanco y negro, porque en ella están todos los colores de la imaginación. AmplÃo yo mismo en papel fibra o de algodón, porque su riqueza tonal no se compara con la impresión de los afiches digitales. Necesito un tiempo entre el momento de la toma y el revelado, donde todo está en una imagen latente. Mi labor es lentitud. Me gustan las buenas cámaras, que siempre por tanto son hermosas, las toco y acaricio como un músico su instrumento que le permite extraer de su interior el sonido que resuena en él.