José Velasco

José Velasco nació en Águilas en 1975, trabaja en la actualidad en esta misma localidad murciana como profesor de enseñanza secundaria. Aunque siempre le ha interesado la imagen como medio para contar historias, su afición por la fotografía comienza en el año 2000 tras una estancia en Londres. Es la multiculturalidad de la capital británica el mejor escenario en el que aprender a usar su primera y última réflex no digital. Como consecuencia de su paso por Londres, en 2003 se decide a mostrar sus instantáneas en su primera exposición “Metrópolis”, realizada en la ciudad de Albacete. Un año más tarde, una estancia en Nueva York le sirve para seguir desarrollando la habilidad de contar historias con imágenes. En 2010, tras años de viajes por numerosos rincones del planeta, realiza su segunda exposición “Un Lugar en el Mundo” en Águilas. Después de un viaje a la India, en 2013 ofrece su tercera exposición «Un Viaje al Norte de la India» en la ciudad de Murcia. Ha colaborado en varias revistas digitales dedicadas a la fotografía y en la actualidad intenta combinar su labor docente con sus dos pasiones: la fotografía y el viaje.

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Este ha sido un año muy, muy especial. Tras varios años preparando el proyecto, por fin he podido ver cumplido un sueño que llevaba rondándome en la cabeza durante mucho tiempo: dar la vuelta al mundo en un año. La preparación de este viaje no ha sido como la de cualquier otro. Ha llevado cientos de horas de intenso trabajo resolver multitud de cuestiones; algunas tan obvias como dónde ir, cuándo, y otras no tan obvias como qué hacer con el dinero, qué equipaje llevar y qué cámara empaquetar. Así pues, y tras decantarme por la tan ligera como versátil Sony A6000 y un objetivo todoterreno, los meses se convirtieron en semanas, las semanas en días y los nervios empezaron a instalarse muy adentro; ilusión y nervios alternándose hasta que llegó el día D.

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Hace doce meses salía de Madrid hacia Oslo cámara en mano. El resto lo podría resumir como una de las mejores experiencias de toda mi vida y de las que más he aprendido. De los veintisiete países visitados, quizás sean las dos Coreas los que más me han impactado. Con el proyecto “Postales desde Corea” he intentado retratar las diferencias y similitudes entre estos dos países tan cercanos en la distancia, pero tan lejos en cualquier otro aspecto.

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Corea del Sur, apoyada por Estados Unidos, es ultramoderna, capitalista, con gente muy extrovertida pero con la cuarta tasa más alta de suicidios del mundo. Uno se queda mudo cuando llega Seúl y se encuentra con una ciudad que parece del futuro: edificios como la plaza del diseño, los trenes, la ropa… y como no, los váteres con aplicaciones. En Corea del Sur llama poderosamente la atención la obsesión por comprar y la presión que sufren los jóvenes para conseguir los mejores resultados académicos y después los salarios más altos. Esto último, quizás explicaría en parte la elevadísima tasa de suicidios. En cuanto a su “vecino del norte”, en los ciudadanos surcoreanos parece mezclarse cierto revisionismo histórico con la indiferencia, e incluso temor hacia una futura reunificación y sus consecuencias económicas.

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He sido muy afortunado de poder entrar en Corea Norte y ser testigo, junto a mi cámara, de un delirio colectivo anclado en los años 80. Me es muy difícil hablar de este país, al que le he cogido mucho cariño y que me ha sorprendido por la ingenuidad de muchos de sus ciudadanos. Podríamos describir Corea del Norte como un país muy empobrecido desde la caída de la URSS, pero con los «decorados» más ostentosos de la historia. Ejemplos los hay por doquier: hoteles de apariencia lujosa en los que a veces no hay agua ni electricidad, carreteras de ocho carriles por los que apenas pasan coches, edificios de dimensiones desproporcionadas que contrastan con la humildad de los coreanos, y un largo etc. Es un país en constante decadencia y con unas diferencias abismales entre la capital Pyongyang y el medio rural.

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De igual manera, los visitantes sufren de total falta de libertad de movimientos. De hecho, no sólo te asignan dos guías las veinticuatro horas del día, sino que no tienes la posibilidad de pasear por una calle que los guías no lleven en su muy estudiado itinerario. Esto, junto a las restricciones a la hora de fotografiar, ha hecho que viviera algunos momentos algo frustrantes, sobre todo cuando trataba de desenfundar mi cámara. En un principio pensaba que el motivo de estas restricciones era no retratar lo que los guías llamaban “cosas feas”. Así pues, un edificio sin acabar o cualquier trabajo manual son considerados “no fotografiables”. Sin embargo, poco a poco uno se da cuenta de que lo que realmente teme el gobierno es al contacto con extranjeros y el riesgo para el régimen que ello implica.

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Otra de las cosas que me interesaba mucho fotografiar era el culto a sus líderes o «faraones». Se supone que en Corea del Norte no hay religión, pero el culto de sus ciudadanos a los padres de la patria se asemeja al de Irán o el Vaticano. De esta manera, tras una pausa en el trabajo, los norcoreanos deben ir a poner flores y hacer una reverencia ante las cientos de imágenes colosales de sus líderes. El delirio es tal, que hasta han creado un calendario propio en el que el año cero comienza con el nacimiento de su líder fundador, el cual se identifica con el sol como de si de faraones egipcios o Luis XIV de Francia se tratara.

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Aunque parezca extraño, la relación con los dos guías ha sido excepcionalmente abierta y sincera dentro de sus estrictos límites. Además, tener a un universitario y a su profesora nos ha dado una visión bastante completa del país. Aun así, se nota demasiado los apuntes memorizados del primero y las fisuras de un discurso demasiado ingenuo en la segunda, y que ella misma no parece creerse.

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Todo lo descrito anteriormente es lo que he tratado de retratar con la cámara en el proyecto “Postales desde Corea”. Dos países separados en el espacio por unos pocos metros, pero con una brecha temporal que lejos de cerrarse, sigue ensanchando día a día.

 

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