Brassaï

OJOS-ROJOS-BRASSAIPont au Change, Paris 1935

Escoger una foto. Escoger una foto, ¿por qué? ¿Por el quién? No. Por el qué, mucho menos. ¿Qué me lleva a mí a una foto concreta? Una belleza descubierta que esclaviza de inmediato con su inapelable imperio. Una sorpresa que refresca los polvorientos rincones de la mente tan proclive a la costumbre. Reconozco a estos duendes entre los que me han llamado desde las satinadas superficies de algunas fotografías. Necesito, de algún modo, lo extraordinario, o lo excesivo, o lo raro. O eso me creo.

Pero hay algo más, algo distinto que necesito en un fotógrafo, en una fotografía para que se produzca esa pequeña magia que da este medio cuando pone en juego sus artes específicas, las que aún le dejan un espacio propio hoy en día entre la inabarcable profusión de mezclas de oficios, soportes, técnicas y enfoques que el arte contemporáneo utiliza para producir imágenes.
Se trata de imágenes, en efecto. Y en un momento en que las fronteras entre lo que es una foto, un cuadro, un diseño, una instalación han sido borradas y traspasadas en todos los sentidos por todo tipo de artistas. ¿Qué le queda a la fotografía? ¿Por qué una fotografía?

Al principio, la apelación de la fotografía era la realidad. De alguna manera, alteraciones mediantes cuales quiera, no cabía duda de que algo fotografiado había sido real. Una vez interpretados los códigos (toda imagen se decodifica por insensible que nos parezca la operación), estos inequívocamente venían generados por algo que, sin duda posible, había formado parte de la corriente de la realidad, esa que a cada instante decide ser una sola entre los millones de opciones. Sin embargo, en seguida, tomar una imagen pasó a ser también una manipulación de la realidad que se iba a convertir en esa imagen. No hay nada malo en ello, nuestro arte lo permite, todo lo que se puede hacer tarde o temprano se hará. Y aun así, una realidad manipulada para conseguir una imagen no deja de haber sido real por un momento. Y sobre esto además, puede existir posproducción, alteración post-mortem de la imagen tomada.

Me interesa todo eso, como me interesan todas las imágenes o todas las artes. Pero si busco una fotografía, si tengo que elegir pieza o fotógrafo, busco mirada. La mirada es como un mecanismo que el cerebro tiene que le permite seleccionar entre trillones de trocitos de espacio y de tiempo, en un microsegundo, un trozo de lo que pasa para convertirlo en una imagen. La cámara le permite hacerlo sin pérdida de tiempo. Sale una fotografía. De las que me interesan. Pero hay que tener mirada, como el que tiene oído.

Detrás de la mirada hay una persona, como detrás de los ojos hay un cerebro. Así, la fotografía se convierte en una puerta por la que puedo entrar a conocer a una persona, una persona que me enseña lo que ella ha visto en esa realidad que yo también estaba mirando, o he mirado, o miraré. Es importante que haya extracción de la realidad porque esa materia prima, ese matiz, la cámara lo proporciona en fase con la mirada y algo que iba a desaparecer para siempre en los abismos de la engañosa memoria ha sido atrapado, pescado de esa corriente inmensa de la que se nos escapa casi todo, la realidad. O la existencia que viene a ser lo mismo.

He seleccionado a Brassaï porque siempre me ha parecido de los que más les gustaba “pescar” en este sentido que hablo. Curiosidad, desprejuicio y ¿cultura? convierten a casi todas sus imágenes en fuente de sorpresa y regocijo, en una cierta inquietud y un pasaje a otros mundos de la mente inconsciente. Normalmente (y en otros fotógrafos), la fuerza del efecto de realidad es mucho mayor en las fotos con gente, cuando atrapa un gesto que no se sabe observado, una situación que destapa relaciones o da testimonio de la vida de una época y un sitio. Pero también Brassaï tiene mirada para ver en las naturalezas muertas, incluso en lo abstracto, objetos que nos parecen personas cuando él nos los enseña, que contienen algo humano que nos inquieta pero en lo que nos reconocemos de alguna forma.

La foto del La foto de Brassaï reúne por una parte ese atractivo de registrar la noche, de salir de la realidad y, además, desvelamiento de una conjunción feliz que de repente significa varias cosas. Una naturaleza muerta habitada inesperadamente por algún espíritu muy antiguo, una sorpresa refrescante y una belleza imponente. Pertenece a esa primera etapa en que fotografía la noche pero, a la vez, se puede ver ya en ella la misma mirada que descubrió los grafitti, que apreció al ser atávico que habita en todos nosotros y nos habla desde la calle incluso.

Enrique Vela
Físico nuclear

 

 

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