Rubén Morales > Helen Levitt

Siendo sincero, intentar identificar la fotografía que mas me gusta, es tan inútil cómo identificar mi canción favorita. Depende del día y del momento el que una fotografía de las que tengo entre mis predilectas me guste más hoy que ayer. Y como hoy por una serie de razones he tenido que rememorar unos años en los que la vida no era en blanco y negro, pero si en color caducado, me ha venido a la cabeza una fotografía de Helen Levitt tomada en una calle de Nueva York de su magnifica serie In the Street: Chalk Drawings and Messages, New York City, realizada en los años 40. Ignoro si este trabajo tenía algún fin gubernamental como sucedió con Dorothea Lange o Walker Evans, pero la fascinación de Levitt por los juegos infantiles parece indiscutible. Y por este y otros motivos que esgrimiré más adelante, hoy me apetece que esta foto sea mi favorita.

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Se podría encuadrar dentro del género de fotografía social o también street photography como decimos ahora por aquí. La escena presenta a unos niños que forman una especie de corro en el borde de una acera en una calle de Nueva York. Todos los niños, excepto uno están interactuando con la mirada alrededor de algo que está haciendo el niño que está de espaldas en primer plano. Y es que a tenor de los fragmentos de cristal que hay por el suelo, todo parece indicar que estos niños transportaban este espejo y se acaba de romper. Sus caras reflejan esa tensión que invita a pensar que probablemente un instante antes o después las risas protagonizarían la escena. Al fondo la vida transcurre con normalidad ignorando por completo la acción de los niños.

La composición está perfectamente definida por planos, y si pasamos de ese primer plano del niño de espaldas y que tanto recuerda a ciertas representaciones renacentistas, nos encontramos a unos niños que sujetan el marco de un espejo y a través de él queda enmarcado un niño en bicicleta. Este “encuadre dentro del encuadre” me ha parecido siempre espectacular, por cómo está logrado y la manera en que ha conseguido colocarlo en el encaje: Las líneas verticales del marco coinciden con las puertas oscuras del último plano dotando al significado de una fuerza y solemnidad que hace recaer todo el peso en el niño de la bicicleta. Si lo analizamos, de otra manera no habría sido posible. Pero la oblicua del bordillo, (paralela a la línea del fondo), dota a esta fotografía de más dinamismo y sobre todo de profundidad, invitando a la mirada a seguir la calle. La disposición de los niños, circular excéntrica es perfecta, y proporciona un ritmo agradable e incluso tonalmente, el niño de color está situado a la izquierda, lo cual compensa el desequilibrio que podría crear este tono más oscuro, tal y como dictan las normas de composición, (occidental).  El fondo es como un telón pintado al gusto, donde se desarrollan diversas acciones. Con todo esto puede dar la impresión de que todo estaba preparado, pero me temo que lo único que estaba preparado era el conocimiento del medio y la intuición de esta magnífica reportera.

Es una fotografía en blanco y negro, positivada originalmente en gelatina de plata, que presenta una gama tonal muy extensa y un contraste de manual. Si alguien tiene dudas de cómo debe ser un positivado perfecto, esta copia es uno de los ejemplos. Las argucias de la postproducción quedan ocultas tras un trabajo con sumo mimo y tan solo un par de pistas me descubrieron los ligeros «cierres» en la parte alta y en la izquierda. Ignoro como mediría la luz Helen, ni que película usó, aunque imagino que película lenta por la ausencia de grano. No se observan distorsiones típicas de un angular ni compresiones debidas a un tele, que en esa época apenas se usaban. Apuesto a que usó un objetivo «normal», pero desconozco el formato. Y apuesto también por un diafragma medio dado el desenfoque en los términos más lejanos, (hecho éste que refuerza la perspectiva y facilita la lectura)

Y además de este análisis pericial, ¿por qué hoy esta fotografía es mi favorita? Por varias razones. Primero porque me gustan las mujeres fotógrafas, y no por esa sensibilidad que muchos les otorgan, sino por los huevos que le echaron algunas de ellas sobre todo en los inicios, como también Dorothea Lange. Segundo porque compositivamente me parece ejemplar, fotográficamente soberbia y documentalmente fundamental. Tercero por que hoy más que ningún día echo de menos aquellos tiempos en los que los niños jugábamos en las calles, disfrutábamos cada día como si fuera el último de nuestras vidas. Echo de menos la libertad infantil que la edad te va robando día a día y aquellas noches de verano donde las vacaciones escolares permitían quedarse más tiempo en la calle, alimentando la fantasía, las aventuras y las expectativas de una vida, que tan solo unos años más adelante cambiaría radicalmente, (y no siempre para mal 😉 ). Y sobre todo elijo esta fotografía porque estoy seguro de que ninguno de esos niños sufrió ningún tipo de vejación ni trauma por ser fotografiados.

 

Rubén Morales González

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