Txema Salvans

Me sucede siempre que miro una fotografía, tanto si lo hago detenidamente, como si paso por encima de ella, como de corrido. Todas las imágenes, absolutamente todas, me producen escalofrío. A menudo me pregunto sobre este comportamiento visceral mío,  sobre su naturaleza y sentido y de vez en cuando alcanzo a comprender la razón de semejante respuesta,  y es que tengo para mí, que las fotografías no son de este mundo.

Sostenía el antropólogo Levi-Bruhl (1927) en su libro “El alma primitiva” que para algunas culturas, para algunas personas, las imágenes no eran una simple reproducción de algo, sino que eran consustanciales a la cosa fotografiada, es decir, que las fotografías, las imágenes de alguien eran lo mismo que ese alguien, “Mi imagen soy yo mismo”, de ahí la aversión y el miedo visceral que sentían hacia la cámara fotográfica y la posibilidad de ser fotografiados: “Quien posea mí imagen, me tendrá en su poder”. Trae esto a mi memoria el trágico recuerdo del malogrado German Catrilaz, un “Machi” (chamán) del pueblo Mapuche que en 2007 terminó suicidándose después de entrar en un profundo estado de depresión a consecuencia de que el español  Pablo Trucheras Cuevas le fotografiara mientras se encontraba en un estado de trance ritual. El chamán no podía vivir con la sensación de que su alma ya no estaba con él, sino que había sido aprisionada en una fotografía y se encontraba lejos, muy lejos de él.

Se establece pues en algunos casos una relación vinculante con la imagen, “lo que le sucede a las imágenes, les sucederá a las personas” y es este fenómeno el que me llena de perplejidad y me intriga sobremanera. En tanto que representación simbólica, las imágenes tienen para mi ese halo mágico, ese principio vivo y activo con el que establezco una relación vinculante y emotiva.  Si tenía razón Jonh Berger (Ways of seeing)  al afirmar que lo  que sabemos o creemos saberafecta a nuestra forma de mirar, que nunca somos capaces de ver un objeto por lo que es en sí mismo y que cuando miramos una fotografía, intentamos ver como la miraba quien la hizo y descubrir qué miraba el fotografiado, volvemos a encontrarnos con esa paradoja de que la fotografía, cualquier fotografía tiene más información sobre mí y mi vida de la que estoy dispuesto a reconocer en un primer momento. Son escrituras automáticas o pequeños augurios.

En este sentido, para la fotógrafa Caterhine Lutz, la fotografía asume la forma de un espacio de encuentro y negociación entre tres miradas que se encuentran, la del fotógrafo, la de la persona retratada y la nuestra. Un espacio de descubrimiento de la propia identidad, y por qué no, de su devenir. Adquirían la forma entonces de cartas del tarot, arquetipos que remiten a una experiencia vital y son una señal sobre el acontecer venidero.

Todo esto me lleva de nuevo a sentir ese escalofrío del que os hablaba. La fotografía, cualquier fotografía tiene la capacidad de sacarme de mis casillas, no digo emocionarme, pero si posicionarme, entrar en un estado de alerta, expectante miro a ver qué sucede dentro de ella, creyendo ver aquí y allá, pero siempre dentro de ella un anuncio de lo próximo o una revelación de lo íntimo y más personal.

Roland Barthes  creía que la fotografía era prima hermana no de la pintura, sino del teatro, y establecía entre ambas una relación cercana en lo emocional y lo estructural. Señalaba cómo el poder catárquico que Aristóteles encontraba en la tragedia, se hallaba también contenida en la imagen fija. Mirar una fotografía, adentrarse en ella nos redime y purifica, nos libera, pero también nos expone y nos presenta un destino que puede ser el nuestro.

Lo dicho, todas las fotografías me dan escalofríos, todas me hablan de lo finito y de un deceso, tal vez el mío, y si no, poneros en mi piel después de leerme y decirme si no ¿qué nos queda después de mirar una imagen como la instantánea que tan magistralmente nos presenta Txema Salvans?, nadie como él con su incisiva mirada y su imaginativo sentido del humor, en la construcción de paradojas visuales podría servirme a través de esta toma como un buen ejemplo para lo que estaba contando. Yo miro, y el parece contarme el final de mi mirada. Ella, la imagen quedará como epitafio.

Daniel Belinchón
Coordinador del Aula de Fotografía de la Universitat Jaume I y Director de IMAGINARIA Fotografía en Primavera